Escribir es lo de menos… ¿Quién me publica? ¿Dónde me encuentran mis lectores?

—¿Qué quieres hacer antes de morir? 

—Biajar en glovo, escrivir un livro, tener un ijo i plantar un árbol.

—Tampoco te agobies con lo del libro

Escribir es un ejercicio de enriquecimiento para la autoestima. Hasta para el ego.  Significa “tengo algo importante para decir”; “lo que tengo que decir tiene valor”; “oigan, atentos aquí”.  Y en el fondo “quiero que me conozcan y reconozcan.”

Un famoso editor de una de las grandes firmas de esta industria a nivel mundial dice que el 80% de la población ha pensado alguna vez en escribir un libro. Que el 60% lo intenta y sólo un 10 % lo hace. Las editoriales sólo aceptan este mismo porcentaje de quienes escriben: el 10 del 10.

No lo dudamos. Han proliferado las facilidades para que cualquiera —y en serio, cualquiera— se siente frente a un teclado y decida sobre algún género literario, quizás sin estar consciente aún de las implicaciones.

Las características que indudablemente comparten todos los escritores, los ya conocidos, los incipientes y los que aún sólo albergan el deseo, se resume en el anhelo de ser leídos. Queremos que nos lean, que nuestros libros estén en todos los espacios tradicionales o en redes, que se comente en reuniones y, en resumen, trascender. Escribir un libro, así como tener el hijo y sembrar el árbol con el que iniciamos en broma, tiene la connotación mágica de trascender.     

Quienes ya lo hicimos —escribir un libro— podemos revivir la experiencia de la emoción de recibir nuestro volumen impreso, echar una mirada al resto de la pila de libros acomodados en el piso y el desaliento de los días posteriores de que hasta ahí haya llegado nuestra planeada trascendencia.

Las palabras mágicas de antaño: “lo más complicado no es escribirlo, sino publicarlo” han dado paso a otras más tenebrosas: “lo más complicado es distribuirlo” y, a la par, visibilizar al autor ante la cantidad de nuevos escritores  que surgen cada hora.

Una opción: editoriales independientes.

Al enfrentarnos a la realidad, que ni Alfaguara, ni Random House, ni el social Paco Ignacio Taibo II con su Fondo de Cultura Económica nos recibe, y que Porrúa nos publicará con su programa de ayuda a escritores jóvenes sólo por unos cuantos miles que no tenemos en la bolsa, acudimos con nuestro manuscrito con el amigo del amigo que conoce una editorial independiente.

No tenemos un número claro de editoriales independientes porque la mayoría no sale a la luz amplia y pública, y sólo se da a conocer a través de referencias y páginas inestables en internet. Ciertamente a partir del año pasado, el contexto para estas editoriales se endureció al cerrarse la mayoría de los canales de comercialización con que contaban: ferias de libros, del libro alternativo, apoyo de espacios en casas de cultura y librerías para la presentación de autores.

Algunos sellos editoriales más creativos propusieron adaptaciones hacia lo digital, alianzas, solidarizarse y crear una cooperativa, libros sustentables, bilingües, mandarlos a Polonia y Eslovaquia.  Una infinidad de iniciativas para sortear la ya precaria situación en la que estaban cayendo a partir del cierre de programas culturales. No todo es culpa del Covid-19.

La realidad es que la mayoría de las personas somos sociables por naturaleza y no nos satisface asistir a pasillos virtuales de las ferias de libro, hacer la selección y compra de libros en línea, asistir a presentaciones en chat.  No, nada como antaño.

¿Y los autores qué? Seguimos con el manuscrito apachurrado bajo el brazo. Ni Paco Ignacio, ni el amigo del amigo…

 

Próxima entrega:

Tres obstáculos de los autores independientes.

La venta y distribución de la obra publicada en físico.

Falta de presencia en redes sociales.

Imagen diluida.